Arjé.

Mi alma se ha visto encarcelada
dentro de un vasto reloj de arena,
en el que cada minuto del día
evidencia un pedacito de tierra
espolvoreado sutilmente
sobre la grava mojada
que mientras me sepulta y ahoga
trae consigo la forma de tus pisadas.
Y ahí y solo ahí entonces
cuando la última vaharada de aire
decidirá del inhumado
si su vida o si su trance,
soy curado. Y la arena se diluye
lenta entre miradas apagadas,
reflejándote en el cristal cóncavo
de una nueva noche de emplumadas
garras de ese noctívago
que cuando te puede a alcanzar
se frena aturdido por la luz de las mañanas,
y abrasado por el sol y la ausencia
de tus palabras se vuelve a enterrar,
muriéndose hasta la tarde
para perseguirte las madrugadas.



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