Qué fácil para ti ser recta;
fina, elegante, eterna,
y qué condena para mí ser curva;
de trazos difusos, casi invisible.
Te busco, y si no te encuentro desaparezco,
y si te invento me pierdo en ti y en tu magia,
que tú tienes largo rato de eso,
y si te pido un beso,
me das teoremas (que casi ni entiendo).
Porque tú tan de dos en dos: veinte, veintidós, veinticuatro,
y yo tan de uno en uno hacia delante, dos para los lados
y para atrás cuatro,
en forzada lentitud hacia las entrañas,
a converger en algún punto muy cerca de la nada,
o a olvidarme en los complejos, mis complejos;
que dicen que realmente somos impares y pares
y cada cual vamos a un lugar distinto,
que no te lograré tocar,
ni aunque pase un infinito, o dos.
Y si eso pasa
me partiré por cero sin pensarlo,
violando y destruyendo el mundo que nos da forma,
el único mundo en el que creo,
así, si te vas al infinito,
yo,
te voy a esperar en el cero.
Déjame acompañarte al 0
y llevarte al infinito,
a mi infinito.
Deja crecer el alelí,
y el pino de nuestra vida.
"¿Y si no nacen?"
Olvídalos. Reintenta.
Revíveme y recrea.
Porque no hay mayor dolor
que el de pudrir las hojas,
las horas, lejos de ti,
ni mayor placer
que el de saberme tuya.
Déjame llevarte al éxtasis.
A tu éxtasis.
Déjame ser el oyuelo
de tu barbilla al sonreir.
Déjame ocupar el punto exacto
de tu corazón.
Guárdame allí, en trocitos de arena,
átrapame siempre, fuerte,
y hazme perla, que no me asfixias.
Cuando contacto falta, buena es poesía.
Lo guardo. Vaya que si lo guardo.